Dinero, dinero, dinero… La mayoría de las personas piensan erróneamente que en el mundo de la gastronomía: “LO MÁS CARO ES LO MEJOR” y conforme pasa el tiempo, me doy cuenta que no hay un pensamiento más simplista que ese; es por eso que escribo estas líneas.
En días pasados, tuve una grata conversación con uno de nuestros clientes frecuente, uno de los de siempre (el señor Manuel). Luego de terminar su almuerzo en nuestra humilde fonda, nos pusimos a hablar de tres o cuatro cosas y como siempre caímos en el tema de la comida.
Específicamente conversamos sobre grandes aciertos a la hora de elegir un buen sitio para disfrutar de una rica #comida y obviamente, de estrepitosos tropiezos en la continua persecución del mismo fin.
Conversamos sobre sitios, nombres de lugares, estilos de comida y paradójicamente, ambos entendimos que; el hecho de que un sitio sea muy renombrado o muy “fino”, no implica que la experiencia GUSTATIVAMENTE hablando, sea satisfactoria. Y hago énfasis en el gusto, porque si el plato es el cuerpo, el sabor es el alma. Tanto él como yo recordamos lugares de mucho diseño y de mucha etiqueta, en los cuales a la hora de servirte la elección del menú, en verdad se esmeran por la decoración por la elegancia al momento de platear pero falta algo, falta alma, falta ese sabor que le recuerda a nuestros comensales que los alimentos que están por consumir no solo son para las fotos de revistas o más recientemente para una cuenta de Instagram. Ese pan (por llamarlo de una forma genérica) tiene que ser sabroso. Debe activarnos sensaciones y recuerdos. Ese es nuestro trabajo como cocineros.
Ciertamente, el comensal muy amablemente va hasta nuestros locales a dejar su dinero, su trabajo y esfuerzo (de buena forma) pero no debemos olvidar nunca que el fin último de ese visitante de la mesa 3, al igual que las personas que están en el vip y el resto de nuestros invitados, es restaurar energías a través de la comida. Hay algunos locales que piensan que el cliente solo va a apreciar lo bonito de las lámparas o los finos acabados que le dieron al bar. Eso obviamente (en algunos casos es importante) pero no es el leitmotiv (si vale el término en esta reseña). EL FIN ÚLTIMO ES ¡COMER BIEN! Mientras seguíamos nuestra conversación, tanto él como yo, tuvimos varias anécdotas de sitios que quizás no son de los más lindos pero se come ¡ufffff! Y en ese momento, le dije algo que siempre he pensado: mucha gente que va a sitios muy ostentosos no tienen la valentía de decir, esta pasta está buena pero he comido mejores o de a la hora de pedir el postre, pensar y no decir: mi tía Juana lo hace más rico y sin tantos chécheres. Quizás no lo hacen porque se vería como un irrespeto a lo bonito de sus lámparas o a los finos acabados del bar.
Gracias a Dios, todavía quedan algunos valientes (y famosos) que son capaces de reírse del qué dirán… Porque mientras algunos están comiendo un filete de res carísimo pero sin gusto, otros como el mismísimo Barack Obama, aún mantienen el desapego a decoraciones caras y buscan el sabor real; por eso, uno de los hombres más poderosos del mundo, osó a sentarse en su visita a Vietnam en un restaurante popular pero muy concurrido junto al aclamado chef Anthony Bourdain donde el total de la cuenta (que por cierto pagó el presidente) fue solo seis dólares. Estos dos señores de seguro pueden pagar cualquier otro sitio pero si ahí es donde está la verdad, ahí es donde estarán ellos. Sin falsas pretensiones. Seamos primeramente, críticos de lo que no nos gusta y claro, aplaudamos lo que está bien hecho. Porque para ser muy sincero, hay algunos sitios con lámparas costosas que hacen comida de muy alto nivel; así como hay sitios escondidos casi inexplorados que tienen el sabor en las venas y en la piel. Los invito a que seamos exploradores y que no nos dejemos llevar por las apariencias… Recordando siempre el dicho que dice: “el hecho de, no implica que…”
José Isabel | Cocinero
Agosto 2016
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